Este es mi ejercicio para no perder la costumbre, si la vida te da limones pues escribe acerca de limones.
18/07/09
libradas las primeras cuatro horas de la mañana embarco a evacuar mi micro metrópoli, esta cuna oscura y desolada, bañándose un anaranjado fluorescente, un tierno efecto invernal cubre las calles y aceras, todo esta dormido, estático, las luces iluminan en rojo palpitan, como quien espera a algo grande a un evento a suceder.
La terminal novena se inunda de nostalgias y versos que guardan promesas cumplidas y aquellas por suceder. El espíritu pesa y el alma se hace inmensa mientras las ganas y la curiosidad inspiran. Son 45minutos los que toma el trayecto a la conexión al Salvador y dos horas con diez minutos el volar hasta tierras mexicanas. Un sentimiento de asombro y un orgullo, recóndito que en mi dormía de hace dos generaciones, despierta al poder vislumbrar los primeros paisajes urbanizados de la imponente macro metrópoli, Distrito Federa, ciudad de los palacios; Hasta donde alcanza la visión, en el suelo y en montes se extiende el desarrollo, la urbe capitalina.
El descenso y la llegada a la puerta toma poco tiempo me dicen pues lo que hace poco fue un ajetreado aeropuerto esta ahora viendo unos de sus días mas solitarios a causa de una pandemia de dudosa existencia. Encontramos alojamiento en un modesto hotel cerca de Reforma, el número cinco dela calle Madrid con Paris justo a una esquina de la nueva cámara de Senadores la cual está bajo construcción. Angélica la amable recepcionista, una joven proveniente de Puebla pero criada la mayor parte de su vida en esta capital, nos dirige en camino al primer sitio en visitar, la villa de Guadalupe, la Villita, por poca experiencia y pericia en el manejo de transporte público era lógico optar por un taxi. Nuestro transportista rápidamente adivina nuestra falta de "mexicandad" y nos da un pequeño tour guiado de el trayecto de reforma a la altura de Colón hasta la entrada del mercado de la villa de Guadalupe. Incluye en este un dato muy particular que mis compañeros notan al bajar," viajar tanto para encontrar al único evangélico de tres generaciones en el país latinoamericano de mayor porcentaje de católicos"
Después de un trayecto bajo el calor y el nylon rojo de un pasadizo de ventas de baratijas, piratería y la virgen en tantas formas como se puede uno imaginar llego a la Basílica, tres edificios, de tres épocas diferentes sobresalen por su arquitectura impresionante la actual iglesia y las mas reciente reposa al lado izquierdo su predecesora al lado derecho con magníficos detalles, verdaderos indicios de la determinación de la fe de sus constructores, y por último la mas antigua de ellas que desde un cerro y por detrás es visible solo su cúpula. En la plaza un grupo de lo que por mi falta de cultura solo podría denominar “moros” bailan al son de percusiones con vestiduras rojas y la virgen estampada en su espalda. Mientras la gente se aglomera para entrar al templo principal, yo decido conocer el alrededor y visitar los otros templos.
El camino hacia el tercero sin embargo prueba ser una un poco más complicado pues luego de un día entero de viaje el cual habría comenzado a las 4:00 am el cansancio iniciaba a dar sus síntomas, algunos quinientos escalones después me encuentro frente al primero de los templos según orden cronológico. Un recinto pequeño más no menor en su grandeza estética a los demás. A su costado y como quien mantiene guardia cuatro ángeles blancos adornan dos plazas que observan la cima del cerro y los escalones de ambos lados, y una cruz con un corazón en su centro yace dorada sobre la plaza del lado izquierdo.
Llegan las 5:30 de la tarde e iniciamos el recorrido de regreso al hotel, ahora con curiosidad aventurera y por facilidad tomamos el “micro” , un transporte público ligero pintado de verde al costo de dos pesos. El viaje prueba ser fácil gracias al conductor quien me orienta para encontrar el camino más cercano.
Tras una hora de descanso y cuarentaicinco minutos de plática decidimos partir a la plaza Garibaldi y al Tenampa con el tío Carlos, hermano de mi abuelo, mexicano dueño de sastrerías con cuatro hijos, todos lejos de la ciudad de México. Al pasar una ligera lluvia en la tarde el asfalta y las aceras se encuentran un poco húmedas y reflejan el naranja fluorescente de las luces. La plaza aunque un poco vacía por la reconstrucción de la mayoría de ella por un proyecto de gobierno, está llena de música con algunas docenas de mariachis, tríos y conjuntos norteños a la disposición del comprador de tonadas, cuarenta pesos por canción y ciento veinte por media serenata, como quien pudiera poner precio a la alegría del alma con tanta canción. Entre el “el Rey”, “la negra” y algunas piezas norteñas que no conozco pero atraen mi atención atravesamos una fila de comercios donde se respira la pura cocina mexicana, tacos de cochinita pibil, birria, sopes, quesadillas y entre docenas de personas atrayéndonos a los puestos de comida con la promesa y garantía “si no te gusta lo pago yo, aunque me vaya sin sueldo a casa.” Por convencimiento mas que por convicción caemos ante el local número 57, el gordo. Tras una comida de tacos de birria, una quesadilla de queso con chile rojo, y dos horas de serenata entre “tres tesoros” y “sin ti” a cargo de un trío muy bueno y patrocinado por nuestro vecino de mesa que parecía estar muy enamorado de una joven güerita que sonreía de felicidad, decidimos pagar la cuenta y retirarnos. El regreso al hotel junto al tío Carlos fue corto y de ahí directo a la cama y a la noche callada del sábado.
Comentarios